Cuando finalmente entiendes que la razón por la que te agotas continua y constantemente es porque cuando eras pequeño tus cuidadores no dieron prioridad e importancia a tu sentir y tus necesidades y así de adulto has aprendido a ignorar tus propias necesidades. Y la única forma de sentir que mereces descansar es cuando te quemas hasta un punto de no retorno.
Sin embargo, aún así te juzgas por no ser “más fuerte” o por necesitar ayuda ya que con el tiempo has acabado identificando tu valor personal con lo que HACES, alcanzas y consigues y no con lo que ERES realmente.
El patrón que aprendemos de niños es que nos merecemos los restos de la mesa o lo que queda después de que todos los demás hayan sido atendidos. Así, crecemos convirtiéndonos en adultos que los dan siempre todo hasta la última gota de lo que tenemos sin darnos cuenta de que no estamos dejando nada para nosotr@s.
Y las cosas se complican aún más cuando nosotros también transitamos por momentos difíciles o tenemos heridas con las que lidiar ya que tenemos que ser fuertes a toda costa, no importa el precio por pagar. Y precisamente en esos momentos nisiquiera somos capaces de darnos cuenta de que nada ha quedado en la mesa para nosotros porque estamos constantemente (pre)ocupados en cuidar de todo y todos. Cuidar de los demás, decir siempre “sí” y estar siempre para todo el mundo nos hace sentir poderosos, fuertes y mejores personas. En realidad nuestras necesidades y nuestra auténtica expresión personal, nuestro yo verdadero (¡y no nuestro ego!) quedan abandonados en un rincón. Estamos siempre para todo el mundo pero no para nosotros mismos.
La verdad es que las cosas empiezan a cambiar y crecemos como seres cuando damos desde un lugar de abundancia que nace dentro de nosotros y donde atendemos a nuestras necesidades primero; cuando damos y nos compartimos con un corazón lleno y alegre y desde un lugar de límites sanos y respetuosos hacia nosotros primero y los demás luego. No evolucionamos cuando lo damos todo hasta acabar resintiendo a los demás, entregándoles nuestros límites sanos y dejándonos huérfanos en el proceso. Evolucionamos como seres cuando nos maternamos a nosotros mismos con la misma compasión, bondad amorosa, presencia y responsabilidad que donamos incondicionalmente a los demás.
Para llegar a ese lugar, necesitamos ser visceralmente honestos con todo aquello y aquellos que aportan a nuestra vida y que no responden a los viejos patrones de tener que ganarnos amor y aprobación para sentirnos bien, para sentirnos merecedores como seres humanos aunque sea a costa de nuestro bienestar. Necesitamos y nos merecemos mirarnos en ese espejo y ser honestos con nosotros mismos sobre el papel que tenemos con respecto a nuestro propio sufrimiento y atender la verdad que hay detrás de nuestras necesidades y de lo que sentimos y queremos.
Así es como sana ese antiguo patrón. Así es como nos transformamos, creamos ese cambio, que nos empodera y que finalmente rellena realmente esa copa vacía y expectante sin culpa, sin matarnos en el intento, sin intentar complacer a todo el mundo primero, sin hacerlo todo perfecto sino con profundo Amor y respeto hacia nuestra persona. Es a nosotros que debemos lealtad en primera instancia.
En esto he estado. Este proceso he encarnado y transitado durante este mes de pausa de las redes y mis terapias. He cerrado caminos que ya no resonaban conmigo y mi esencia, he dicho “no” a personas y proyectos que no sentía alineados conmigo para abrirme a caminos, seres y experiencias más acordes a mi energía en el momento vital en el que me encuentro.
He parado. Me he escuchado con sinceridad y ternura y, aunque no haya sido fácil y este proceso haya implicado dolor y me haya hecho conectar con el miedo de la incertidumbre futura, me he elegido, he dicho “sí” a mi misma y a mi bienestar psicofísico. No se trata de egoísmo como una alumna mía me comentaba el otro día mientras me decía que muchas personas desde fuera le tachaban de “egoísta” por alejarse de ellos durante sus procesos de autocuidado. Para mí se trata de Amor hacia uno mismo y precisamente de autocuidado como ella lo definía. Y desde este lugar de plenitud y verdad poder construir un camino de interconexión verdadero con los demás, de amor libre, de respeto mutuo, de expansión y crecimiento según las intenciones honestas y los límites sanos de cada uno.
Que tú también puedas ser una copa repleta de Amor, de la vida que realmente quieres y estás llamado a vivir porque el único pecado en esta vida es no ser feliz, sentarse a la mesa y no disfrutar de toda la abundancia que está preparada y dispuesta para tí allí.
Con todo mi amor de mi corazón al tuyo,
Melania
“Cuando una mujer se mueve, todas avanzan. Cuando una mujer sana, todas sanan."✨
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